Dua Lipa seductora como siempre, como nunca, alimentó la tensión dándole a su multitud en Buenos Aires todo aquello que vino a buscar: miradas, meneos, besos, caricias, dedicatorias, promesas, saludos en español.
Fans eufóricos que acamparon por semanas para ganar el vallado, otros con carteles que le proponían a la diva tomarse un fernecito, familias con los más chicos a cocochito, los más rezagados en el campo trasero tratando de ver algo del rumor que llegaba desde el escenario, vecinos de los balcones de la calle Ortega y Gasset que montaron improvisados VIPs para conectar con la fiesta que sucedía allá abajo: todos querían ver ALGO de su belleza exótica, lo que sea.
Las coreografías mandan en la docena y media de canciones que preparó para este primer show porteño. La cantante va al ritmo del cuerpo de baile. “Cuando escribí este disco pensé en la música que se tocaba en clubes en las noches con amigos”, había escrito cuando salió el disco.
A lo largo del recital, Dua Lipa baila, cantó, sonrió con picardía y saludó al público argentino con la lógica alegría y sorpresa de tener a tanta gente enfrente.
“¡Esto no se puede creer!”, dijo en un momento, alternando frases en inglés con palabras en castellano. “Por favor prendan las luces del público para verlos. Estoy muy feliz de estar aquí; gracias por todo. ¡Te quiero mucho, Argentina, vamos a disfrutar mucho!”.